martes, 3 de junio de 2008

Formación en el empleo

Para que ustedes se vayan haciendo una ligera idea de cómo es la vida en una residencia, vamos a inaugurar hoy una nueva categoría en reo virtual. Se titulará hogar, dulce hogar y recogerá diversos acontecimientos reales que se dan en el día a día de una institución de este tipo y que aquí iremos explicando.

Pero vamos a situarnos primero. Nosotr@s nos encontramos concretamente en una residencia dedicada al confinamiento de personas con graves discapacidades psíquicas localizada en una zona rural. Es una enorme institución con capacidad para cien personas que, junto con otras tres de semejante aforo, pertenece a una asociación de padres. Bueno, en realidad, la asociación, las instituciones, residentes y emplead@s pertenecen al vitalicio presidente de la asociación, el autoproclamado Amo de tod@s nosotr@s. Un oligarca local similar al desafortunado y maligno Moure.
Si quieres conocer más a fondo la residencia pincha aquí. De todas maneras, gran parte de lo que se narrará en esta categoría es extrapolable a instituciones de otros sectores como el de la geriatría, la psiquiatría o la delincuencia, que funcionan igual o peor que el de la discapacidad.



La residencia por fuera




Meses atrás ya les explicamos cómo un manager-representante de la osteoporosis nos vendía la moto en la residencia. Pueden encontrarlo en la nueva categoría Hogar, dulce hogar, junto con este otro titulado Formación en el empleo y en el que hablaremos, aunque sea un poquito, sobre la formación en el empleo.


La residencia por dentro



Desde hace un par de años los dirigentes de la empresa han decidido hacer un giro en su política para con las autoridades del asunto social y han empezado a aplicar la ley en toda su rigurosidad. Parece ser que resulta más rentable por el tema de las subvenciones y eso. Se han contratado nuev@s técnic@s y cuidador@s para cubrir las ratios que marca la legislación vigente, se llevan al día los registros de todo lo registrable, se ha acondicionado la arquitectura del centro, se han comprado grúas, camillas, bañeras adaptadas y todo tipo de ayudas técnicas y, ahora también, la empresa empieza a proporcionar una ‘formación’ a l@s trabajador@s. Insisto en que todos estos cambios se han llevado a cabo por una cuestión legal y con objetivos económicos. Este es un detalle importante, puesto que poco han aportado a la calidad de vida de l@s residentes y mucho han mejorado la eficiencia de 'la Máquina'.

La cuestión es que ahora se imparten, fuera del horario laboral (quizás no son tan escrupulosos con la ley), de dos a tres microcursillos anuales para mejorar la preparación del personal. La temática de dichos cursillos es ultra-heterogénea y abarca desde ‘Cocina tántrica’ hasta ‘Cómo acudir al trabajo un domingo a las siete de la mañana por 900 miserables €uros mensuales sin perder la sonrisa’. No obstante, este año ‘l@s que deciden’ han encontrado uno que, además de mejorar a las personas, está directamente relacionado con el trabajo y representa toda una declaración de principios. Según el cartel colgado en la puerta de entrada al aula, se trata de un CURSO DE FORMACIÓN CONTINUADA Y RECICLAJE PROFESIONAL, COFINANCIADO POR LA FUNDACIÓN ESTATAL PARA LA FORMACIÓN EN EL EMPLEO Y EL FONDO SOCIAL EUROPEO sobre... Contención Mecánica.

L@s funcionari@s de prisiones y cuerpos de seguridad ya sabrán de lo que estoy hablando. L@s demás sepan que se trata de formación técnica sobre restricciones físicas, sujeciones, limitaciones del movimiento, aislamientos, procedimientos de reducción, abordajes en grupo a lo skinhead y otras maniobras marciales. Todo por la seguridad de las personas, evidentemente. ‘Una práctica sanitaria más’, como dice el profesor que imparte el curso.



Fíjense en la satisfacción que le produce a esta normópata el hecho de estar sujetada a una cama con productos SEGUFIX.

Por favor, no se dejen engañar por esta versión amable de ‘El Exorcista’. El uso y abuso de restricciones físicas en las residencias para personas dependientes es un tema muy serio que, por desgracia, tocaremos a menudo en este blog. Los argumentos esgrimidos en toda la literatura para legitimar esta práctica son siempre los mismos: terapia y seguridad. Esto no deja de ser paradójico ya que aún no se ha encontrado ninguna evidencia científica que avale la consecución de estos objetivos. Por el contrario, existen numerosos estudios que ponen de manifiesto las terribles consecuencias negativas, tanto físicas como psíquicas, que tiene la utilización de dispositivos limitantes. De hecho, los sistemas de inmovilización pueden llegar a ser causa directa de muerte.
En realidad las restricciones físicas responden a otros fines ocultos, como el castigo, la conveniencia-comodidad del personal, la falta de recursos y organización, o el mantenimiento del orden institucional. Así lo describe Silvia Broto:

“Las restricciones físicas, por ejemplo, se justifican argumentando razones terapéuticas o de seguridad (evitar caídas, eliminar conductas desadaptadas, mantener vías invasivas, vencer las resistencias a un tratamiento o alimentación, mantener la alineación corporal del interno,...). Sin embargo la mayoría de las veces se utilizan como simple castigo o como medida desesperada de un cuidador ante la terrible sobrecarga de trabajo. Cualquier indisciplina o desobediencia por parte de algún interno se interpreta como un síntoma de empeoramiento de su enfermedad y se corrige rápidamente con muñequeras y cinchas. Posteriormente el incidente se traduce a un lenguaje técnico y queda registrado como una crisis de agitación psicomotriz. Sucede que ante la inexistencia de alternativas menos intransigentes, muchas de estas prácticas se acaban institucionalizando, y a pesar de que atentan directamente contra los principios fundamentales del cuidado y chocan frontalmente con los fabulosos objetivos de la institución en relación con la autonomía, independencia y calidad de vida de los internos, la utilización abusiva de restricciones físicas termina formando parte de lo cotidiano y de lo habitual. De este modo podemos encontrarnos con residentes que pasan los días y los años atados preventivamente a la cama de manos y pies simplemente por el hecho de contar con antecedentes conflictivos. Otros, los que presentan conductas molestas para sus cuidadores, pasan el tiempo inmovilizados por un acercamiento extremo entre la silla y la mesa, apretados como auténticos bocadillos humanos, o directamente sujetados a la silla con sábanas anudadas y correas. Es evidente que en estos casos el uso de dispositivos limitantes responde más a razones de gestión y organización que a criterios terapéuticos o de seguridad.”



Otra paradoja la encontramos en el tema de las alternativas. Según la teoría, la contención mecánica es un último recurso para controlar conductas. “Primero - dice el dossier repartido en el curso - es necesario fomentar la verbalización. Favorecer la comunicación con el fin de restablecer el control y la contención psíquica”. Pero en nuestro centro estas habilidades comunicativas no se cultivan en absoluto y se abandonan a la intuición, comprensión y talante particular de cada trabajador-a.
¿Y cómo es el perfil del ‘cuidador’ encargado de practicar este tipo de contención psíquica? El personal cuidador o personal de atención directa o auxiliares técnic@s (este es un puesto rebautizado continuamente, pero su función siempre es la misma), aunque insuficiente, es el grupo más numeroso de la institución. Son l@s encargad@s de asear, alimentar, controlar y vigilar a l@s residentes día y noche. Es un trabajo muy duro e infravalorado, mezquinamente remunerado, con horarios salvajes y laboralmente no cualificado. Por eso predomina la rotación permanente. Hoy en día se ha convertido en primer trabajo de adolescentes y trabajo temporal para desesperad@s. La gente está allí como podría estar trabajando en cadena dentro de una fábrica, sirviendo copas en un bar o recogiendo fruta como temporer@. L@s que llegan por vocación duran días e incluso horas porque no se aceptan iniciativas, cambios ni movilizaciones de ningún tipo. No importa su desinterés por el trabajo si se muestran sumis@s al orden institucional.
¿Y cómo se las apaña en este cargo alguien que no conoce ni por asomo lo que es el autismo o un ataque epiléptico? En este mundo de l@s cuidador@s los conocimientos pasan en secreto de una generación a otra en forma de “truquitos para llevar al grupo mejor”. Es habitual encontrar al veteran@, con toda su experiencia viciada, aconsejando al novat@: a este márcalo desde el principio, a aquel átalo porque no para, si le retuerces la mano así te hará caso, etc. Y lamentablemente esta es la auténtica formación que reciben l@s nuev@s. De esta manera, están forzad@s desde un principio a distanciarse al máximo de l@s intern@s a los que han de atender, a no entenderl@s, a no hablarles ni dejar que nadie les hable, a no mostrar empatía, a no identificarse con ell@s. Simplemente han de mantener el orden. Y esto les incapacita para tratarl@s como personas y para asumir funciones terapéuticas o pedagógicas.

Créanse entonces que, en este océano de profesionalidad, la contención psíquica que se practica normalmente ante la primera sospecha de insubordinación se reduce a la amenaza, el chantaje y el infantilismo. De ahí la escena típica donde un-a cuidador-a de 18 años le suelta a un-a residente que le dobla o triplica la edad: pórtate bien o no vendrá la mama a verte, o te quedarás sin postre, o te ducharás con agua fría, o te tendré que atar a la silla.

Qué triste ¿verdad?